miércoles, 26 de febrero de 2014

La fugacidad de la vida


 
Ahora que tengo 50 años, parece que mi vida ha pasado a la velocidad de la luz, pero esto en realidad es fruto de una falsa percepción. Cuando era niño parecía que el tiempo no corría, los días eran enormes cuando estudiaba, los cursos eran eternos. 
Cuando hice la mili, me preguntaba ¿esto no se va a terminar nunca?. Cuando me dejó mi novia, caí en una eternidad insufrible. Si existe la vida eterna, estoy seguro de que iré al infierno. Allí me estará esperando el diablo, entre calderas y llamaradas y, en medio de un olor a azufre, me dirá: “bienvenido Tomás, te estaba esperando. Sólo te diré que tu estancia aquí si que va a ser para toda la vida. ¡ A joderse, coño!”
Tomás

jueves, 20 de febrero de 2014




GUAGUAS

El caso es que la amable actitud del chofer de la guagua dejándonos resguardar del frio antes de la hora establecida para partir, me recordó otra época en que esto era lo normal; en aquellas antiguas guaguas que al parecer nos vendían los ingleses y que aquí se adaptaban con dos únicos bancos de madera, formando un solo pasillo central. Dejándonos a los usuarios frente a frente durante todo el camino.
Su entrada era por detrás y el cobrador, ( en aquel entonces había), pasaba distribuyendo los pequeños boletos que extraía de su “caja” de metal…
Casi todos nos conocíamos y era fácil que el chofer dejara subirse a algún trabajador o ama de casa, retrasados fuera de la parada oficial.
Creo que el viaje costaba sesenta céntimos, y un día recibí un billete en el que todos los números eran sietes. ( Cinco sietes ). Aún lo guardo con su nostálgica pátina dorada testigo de un tiempo en el que el tráfico era menor.
No formo parte de los que piensan que cualquier hora pasada fue mejor, pero hay instantes que se conservan con un color especial en nuestra frágil memoria.

Adriana Nazca.

GRIETA

Un verano mi sombrero voló hasta el infierno. Cayó sobre una azotea vecina y continuó su descenso al mismo centro de la desesperanza. De haber conocido su paradero habría evitado el rescate , pero parece escrito que hemos de tocar en la puerta de cada uno de nuestros presentimientos.
Con anterioridad he oído enmohecidos gritos y observado casualmente como un hombre, a quien habita la parálisis, se hace transportar de un lugar a otro, alquilando energía con la cual falsear sus límites físicos. Aún así el espectáculo que se ofrece a mi vista en el instante de abrirse la puerta desborda cualquier asombro. Aberraciones destinadas a absorberse indefinidamente, perturbaciones víctimas de su propia finalidad, acaso caridad… solo dos pasos y la cancerosa sensación de no poder retroceder me aprieta la garganta. Subrayando la naturaleza de aquel temor alguien agarra mi brazo acariciándome infantilmente; parece un ser monstruoso de sexo impredecible al que los demás aplauden su atrevimiento.
En la atmósfera se palpa un extraño olor, un olor irreductible, que procede de las baldosas. Toda enfermedad o deformación tiene su representación en este espacio, como criaturas de arca en un coleccionismo difícil de superar.
Algo semejante al asco se desarrolla paralelo al impulso de huir, de librarme de aquella pesadilla cuyo origen consciente la hace más inalterable…
Unos metros más allá continua la calle, la mañana resplandeciente de espontanea actividad, pero sé que alcanzar la puerta no me libra de esta sensación. Me he convertido accidentalmente en punto de convergencia entre dos realidades…
Se me agolpan los sentimientos, tantos y tantos andamios psicológicos…siento vergüenza de mi plenitud (incapaz de afirmarse en la negación) y en ese momento mi asco se convierte en algo saludable. A continuación comprendo que puedo caer en el distanciamiento de una realidad, cosa poco conveniente, aunque esta sea incalificable.
Sentir pena, temor, o deseos de negar aquellos “errores” de la naturaleza no dejaba de ser sensaciones tan inútiles como dudosas.
Solo me queda pues, una posibilidad; ensayar la asimilación del horror mismo y algo más complejo aún, aceptar la nausea que conlleva toda “virtud”…

Adriana Nazca