sábado, 29 de noviembre de 2008

El mundo de Millás, por Adriana Nazca

Regresó el buen tiempo, yo ya estaba cansada de sentir como hasta las palabras se volvían del revés como un viejo paraguas al viento…los efectos de El Mundo de Juan José Millás persistían en mí volviéndose hacia la propia infancia; síntomas compartidos por vivencias, producto de la misma época. Especialmente el capítulo de la fiebre que trajo a mi memoria el sabor de los melocotones en almíbar que mi padre me trae para comer cuando estoy enferma. Con el tiempo, si mi madre pone melocotones en el postre, yo le digo que me saben a fiebre. Esta frase termina siendo el título de un cuadro: “Melocotones con sabor a fiebre”…Del libro me llamó la atención en especial la obsesión del escritor por las diferentes perspectivas de la realidad, de las que se hace consciente desde el sótano de la tienda del Vitaminas. A partir de esto vive el mundo desde el lado izquierdo, igual que lo vive un zurdo. Se siente secuestrado como lo es un niño en su identificación con este hecho. Se ve perdiendo la memoria en una celebración de sombras que le induce a pasar por la comisaría. Logra verse a través de los ojos de María José como si le estuviera mirando su amigo el Vitaminas…Regresa sobre sus pasos intentando reinventar sus claustrofobias…al fin opacos deseos de suicidio que se materializan en una supuesta vocación religiosa…laberinto sin lágrimas donde nos espera un: “que va a ser de mí…colectivo”

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